Por: Maria Asunción Bibiana Carreño Flores, maestra mexicana y formadora certificada en la edición 2019 del Diplomado de Formación de Formadores en Comunidades de Aprendizaje, en Cali, Colombia.

Conciliar el sueño fue difícil, las miradas, los rostros y sobre todo las palabras venían a mi memoria y se agolpaban en mi corazón, dos semanas no fueron suficientes para tanto aprender, preguntar y compartir. A casi cuatro años de conocer el proyecto de comunidades de aprendizaje he podido conectar mente y corazón en él. No ha sido sencillo, sobre todo porque se trata de trabajar en comunidad, dialogar, acordar, aprender, reaprender y aprehender. Pero la vida y la pasión por hacer lo que amo no me dejan vencer.

Entre tantas cosas que aprendí en el proceso creo que la más trascendente es que soy pedagoga por vocación y profesora de nivel primaria por convicción, aunque sé que mi ser pedagoga tintinea al pensar en incidir dentro de otros ámbitos educativos. Y es justo ahí donde Comunidades de Aprendizaje reaparece, me mueve y conmueve, me recuerda que todos y todas somos lo que una comunidad trabaja para que seamos y que cuando las expectativas de una mejor vida aumentan, aumenta el anhelo de vivirla plenamente. Me invita a leerme con los otros, desde mi propia historia a través de letras clásicas hechas palabras. Me da pautas para argumentar el conocimiento como algo relevante que permite alcanzar metas. Me exhorta a creer en la fuerza de las interacciones sociales como puente clave para el impacto cognitivo.

Vivir la experiencia de dicho aprendizaje hombro a hombro con profesoras y profesores latinos comprometidos con su vocación en la educación, aumenta la esperanza de la construcción colectiva, nos hace caminar en red para no sentirnos solos, para potenciarnos cercanamente, paso a paso, voz a voz. Aprender entonces, se convierte en un deseo porque aprendo con aquellos que al igual que yo reconocen no saberlo todo, pero se comprometen a compartir lo que saben para transformar, transformándose.

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